Era un martes al mediodía. Llovía. Como llueve en el sur. Es decir, muchísimo. Ibamos de Montevideo a La Paloma por la Interbalnearia y no había nadie más por la ruta, salvo nosotros…
De repente, paró de llover y allí la vimos. Una casa en medio de la nada, abandonada, destruída…Pero a pesar del deterioro, todavía se mantenían los trazos que unos artistas urbanos hicieron en ella.
Y qué alegría! Reconocí algunos trabajos. Imaginé cómo se las habrían ingeniado para pintar en lo alto de la casa… En qué momento habrían decidido adueñarse de esa casa…. Cuánto tiempo habrá pasado…
Esas preguntas son las que siempre me hago cuando me sorprende el trabajo de un artista urbano. Porque esa cercanía es el comienzo de un diálogo. Está ahí para hablar conmigo, para interactuar en igualdad de condiciones. Porque el arte urbano es vulnerable, envejece, se deteriora. Sufre injusticias. Lo arrancan. O le pintan algo encima. O permanece, solo por cosas del azar. Es efímero y cambia a pesar suyo…
Algo así como la belleza de lo imperfecto.